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La trampa: portada
  • N° páginas : 192
  • Medidas: 140 x 210 mm.
  • Peso: gr
  • Encuadernación: Rústica
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La trampa BOVE,EMMANUEL

Una novela de suspense sobre la Francia ocupada por los nazis, que retrata la desolación y las traiciones de aquel momento oscuro y atroz.

Editorial:
Traductor:
Salvador Pernas Riaño
Colección:
NARRATIVA
Materia BIC:
FICCIÓN CLÁSICA
ISBN:
978-84-941162-9-2
EAN:
9788494116292
Precio:
13.94 €
Precio con IVA:
14.50 €

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Sinopsis

Después de la derrota del ejército francés, en 1940, Joseph Bridet se niega a aceptar la ocupación alemana e intenta unirse al general De Gaulle en Inglaterra. Para conseguir el salvoconducto que le permita salir de Francia, entra en contacto con algunos de sus amigos, que ahora ocupan altos cargos en el régimen de Vichy. A partir de ese momento, nada más llegar a Vichy y tratar con la policía, se pone en marcha un mecanismo que se va cerrando sobre él.

Bridet es un hombre corriente, lleno de vacilaciones y de miedo, que nunca sabe con certeza por qué lo que hace, o intenta hacer, se convierte en una amenaza y se debate inútilmente para escapar de la trampa en la que con cada movimiento se hunde cada vez más.

El libro en los medios

LA TRAMPA. Emmanuel Bove

06/10/2015

Octubre 2015. Revista El Ciervo. Quizás sea Kafka el autor más profético del s. XX y la burocracia, el mejor aliado del totalitarismo. Lo demuestra Bove en esta espléndida novela de 1945, un retrato devastador del régimen de Vichy y la ocupación alemana. Bridet es un hombre corriente que se va hundiendo en la trampa de un sistema inhumano. Sin escenas de violencia, Bove, heredero de Kafka, demuestra que el terror cabe en un despacho.

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"LA TRAMPA", UNA NOVELA PROFUNDAMENTE PERTURBADORA

11/05/2015

11/05/2015. Francisco Martínez Bouzas. La trampa es una novela escrita hace más de sesenta años y que sin embargo no ha perdido vigor ni actualidad, tanto por los temas de fondo y la trama argumental que la nutren, como por el tratamiento narrativo. La primera edición original de la novela (La piège) data del año 1945. Su autor, Emanuel Bove, pseudónimo de Emmanuel Bobonikoff (París, 1898) la escribió entre los años 1942, fecha de su autoexilio en Argel, disconforme con la ocupación nazi, y 1945, año en el que fallece en París.

Emmanuel Bove. Sin salida

20/04/2015

20/04/2015.Revista Détour. La Francia ocupada vivió, desde su inicio hasta su apogeo, en un precario equilibrio. El mismo que sustentaba al gobierno títere del Mariscal Pétain y que auspiciaba la conversión de más de un oportunista al bando de los vencedores. A toda máquina, el Frente Nacional echaba mano de la inútil burocracia para dirigir, con pulso titubeante, un país lentamente devorado por la sombra nazi. El terror estaba por llegar, pero ya se dejaba sentir sobre una población ahogada entre la miseria y la ciega convicción en un régimen impotente. En aquellos años, Emmanuel Bove -Bobovnikoff de nacimiento- buscaba su salvoconducto para marchar a Inglaterra, donde se encontraban los aliados de De Gaulle. Sin embargo, el plan de huida le llevó hasta Argelia; exiliado, rechazado y, finalmente, enfermo. El lugar en el que permaneció hasta el final de la Guerra, donde escribió, entre otras novelas, "La trampa".

La Trampa

Una tragedia servida a fuego lento. Bove es un mago de las palabras. Sabe cómo conducirlas y hacer que digan exactamente lo que él desea. Lo demostró en uno de sus primeros libros, Mis amigos, publicado en Pre-Textos. Admirable. Mejor, fascinante. Qué dominio del lenguaje. Qué estilo. Único. En esta ocasión, en La trampa, recuerda otras novelas relativamente breves y angustiosas como El proceso, de Kafka, o Bartleby el escribiente, de Melville. Una lectura encantadora, a pesar de su contenido dramático. Una pequeña obra de arte para retener cerca de todo lector de exquisiteces y otras delicias.

La trampa”, de Emmanuel Bove

Es posible que nuestros terrores infantiles, quizás por el hecho de producirse en una etapa en las que somos fácilmente susceptibles a las impresiones, sobretodo si éstas son de carácter visual más que conceptual, y supongo que debido a que no poseemos todavía las herramientas racionales para un análisis objetivo, queden alojados en nuestra memoria de forma indeleble; incluso años después, cuando ya hemos sido capaces de discriminar las amenazas reales y las imaginarias, podemos recordarlos, con huellas de ese escalofrío primario, sin la fascinación de la inocencia, pero aún con ciertos visos de peligro: lo que nos amedrenta no es la amenaza en sí, sino el recuerdo del efecto de esa amenaza en nuestra mente inmadura. Proveniente del cine de las tardes de domingo y de la versión interplanetaria en alguno de los episodios de la serie original de Star Trek, sigo, no ya aterrorizado pero sí fascinado por las amenazantes arenas movedizas. Me parece recordar, aunque la cercanía a la obsesión que alcanzó el fenómeno en esa época tal vez altere mi recuerdo, que aparecían en multitud de películas, y lo que las hacía fascinantes no era el hecho de poder caer en ellas sino el de que, una vez apresado, el sujeto se enfrentaba a una terrible variedad de zugzwang: si se quedaba quieto, podía sobrevivir, pero si se movía e intentaba salir, se hundía rápidamente. Naturalmente, el exagerado maniqueísmo de los guionistas de la época daba siempre con el remedio adecuado: si era “el bueno” el afectado, siempre aparecía una cuerda o una rama salvadora; si era “el malo”, la “justicia poética” se encargaba de otorgarle un fin terrible. La acción de La trampa (Le piège, 1945) transcurre en Francia, en plena II Guerra Mundial, cuando el país se halla dividido en dos: la parte Norte, la Francia “ocupada”, bajo administración alemana, y la parte Sur, la Francia liberada, administrada por el denominado “Régimen de Vichy”, una época de la historia reciente, y tema de multitud de novelas y ensayos, que el país no ha superado aún. Joseph Bridet, periodista, un hombre común, más asqueado del régimen colaboracionista que gaullista convencido, se prepara para escapar a Inglaterra y unirse a De Gaulle; con ese fin, recupera algunas amistades antiguas, bien relacionadas con el poder, para conseguir un salvoconducto. Lo que Bridet ni sabe ni puede adivinar es que esos contactos van a desencadenar una pesadilla que, al más puro estilo kafkiano, le conducirá gradualmente a la tragedia. “Los acontecimientos justifican que cambiemos de costumbres. No debemos sorprendernos de nada, hoy en día todo es posible […]. El tiempo de la facilidad, la consideración y las atenciones había quedado atrás. Era como si no hubiera acabado de comprender el sentido profundo de la derrota, como si hubiera seguido imaginándose ingenuamente que las cosas podían continuar igual que en una época normal”. Emmanuel Bove, en 1928 (D.P.) Bridet se encuentra atrapado en una red que forman las viejas autoridades, que deben, con sus hechos, mostrar su sumisión a la situación, y las nuevas, que necesitan distinguirse e imponerse a las antiguas. Al ser una situación aceptada, pues la ocupación fue fruto de un acuerdo y no una imposición del invasor (Francia no fue vencida: se rindió), nadie sabe con exactitud cuál es el proceder correcto. Sin embargo, la situación dista de ser tan diáfana, ya que el enemigo, un poder sin rostro, no se muestra de manera evidente y, además, la arbitrariedad del poder autocrático hace que ni siquiera esté claro cuál es la conducta adecuada: no hay manera de dilucidar la lógica totalitaria, y el hecho de ser inocente no es óbice para no verse involucrado o inculpado, y cualquier conducta, en un momento dado, puede llevar, debido al hecho de que los límites de la legalidad son extremadamente difusos, a ser detenido. La referencia a Kafka, a El proceso, es indudable, pero el acierto de Bove es eludir el absurdo; con un tono de frío realismo y con una atención minuciosa al detalle, el autor va trazando una telaraña, o mejor aún, unas arenas movedizas, que acaban dibujando una desolada cartografía de la desdicha. A la desesperanza del perdedor por omisión, se une la indefensión del protagonista ante la amenaza que supone el hecho de ser encausado sin conocer los cargos y sin poder esclarecer si cualquier declaración puede redundar en su beneficio o en su definitiva pérdida.

Una vida en la Francia ocupada

Lanzados a la búsqueda de consanguinidades literarias, se puede decir que La trampa de Emmanuel Bove (París, 1898-1945) puede considerarse hermana de El proceso de Franz Kafka. Su personaje, Joseph Bridet –otro Josef K.– se coloca en las precisas coordenadas espacio-temporales de la Francia ocupada, mientras intenta lograr un salvoconducto para cruzar hasta Londres y unirse al general De Gaulle. El infierno judicial y burocrático que entrevió e imaginó Kafka como antesala del mundo contemporáneo en su novela está presente en La trampa de forma dramáticamente palpable. En el Hotel Carnot de Lyon, habitación 59, vive Joseph Bridet. Yolande, su mujer, lo hace en el Hotel d´Anglaterre de la misma ciudad. Algo va mal entre ellos. La guerra trae distanciamientos en la vida conyugal y en los intereses personales: ella quiere volver a París y reabrir su sombrerería; él, conseguir un "ausweiss" (salvoconducto) que le permita salir de Francia. Con ese fin realiza un par de viajes a Vichy para tocar algunas teclas entre el funcionariado colaboracionista, apoyándose en la inestable cuerda de las identidades (pro-Petain o gaullista) en un momento en el que todo el mundo está bajo sospecha. Sus contactos no sólo no le dan respuesta a su petición, sino que hacen que comience a funcionar la desesperante e intrincada aleatoriedad de la burocracia policial y judicial en un sistema en el que nadie parece conocer los límites ni las leyes. A partir de este momento el círculo se va estrechando en torno al protagonista y el lector sigue, entre perplejo y alucinado, los avatares de este proceso. Su mujer es un contrapunto ante la desquiciante velocidad del relato: ambigua, serena y desasosegante, sigue al marido por el entramado de oficinas, salas de interrogatorio, juzgados y celdas, ofreciéndole una vez tras otra la esperanza de una liberación que no llega. Aligerada de cualquier retórica vana, Emmanuel Bove sólo se permite unos breves apuntes cuando se trata de recrear el espacio. Su certero y preciso estilo únicamente quiere pintar las calles, los pasillos, las habitaciones, los cielos y las luces que cruzan el relato. Está más interesado en los personajes y en la acción que en la escueta tramoya que coloca tras lo que narra. Aquí la miseria moral no entiende de líneas de demarcación. El alma de colaboracionistas y de aparentes gaullistas está atravesada por la ocre y nauseabunda oscuridad de la traición y el beneficio propio. Bove en La trampa consigue meter en la coctelera a Kafka y a Ionesco, agitando el combinado con la velocidad de la locura. El bebedizo no deja al lector impasible, sino rumiando, cuando reposa lo leído sobre la almohada, con una sensación de que en la actualidad se sigue aún tejiendo con el mismo hilo el telón oscuro que cuelga en algunas arquitecturas represoras. El encuentro sentimental entre un exiliado ruso y una criada luxemburguesa da como fruto a Emmanuel Bobovnikoff. Los pseudónimos Pierre Dugast et Jean Vallois Bove esconden al hombre que acabaría firmando sus obras como Emmanuel Bove. Su vida se movió al vaivén de la rueda de la Fortuna. Ginebra, Viena, Londres, Argel, París. Conductor de tranvías, camarero, obrero de la Renault, taxista. La peripecia literaria de Bove tuvo la bendición de Colette, Gide, Rilke, Max Jacob y Beckett. Como ocurre siempre en estos casos, hay que descorchar una buena botella de lo que sea para brindar porque las mesas de novedades recojan estos extraños meteoros. Si alguien tiene el arrojo de abrir sus páginas, le aconsejo que coloque bajo la aguja Ascenseur Pour l"échafaud de Miles. Se oye la respiración de Bridet.

Autor: Bove, Emmanuel

(París, 1898-1945), seudónimo de Emmanuel Bobovnikoff, es uno de los grandes novelistas franceses del siglo XX. A instancias de Colette se publica su primera novela, que conoce un gran éxito, y a partir de entonces comienza un periodo de fecunda producción literaria. Gide, Rilke, Max Jacob o Peter Hancke elogiaron su obra. Durante la ocupación alemana se niega a publicar ninguna obra y, en 1942, consigue abandonar Francia. En Argel escribe sus tres últimas novelas que serán publicadas después de la Liberación. Durante su exilio en Argelia contrae el paludismo y muere en 1945.


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